La batalla de las patentes. Alejandro Suárez, “business angel”

El concepto de propiedad industrial y de propiedad intelectual, que en ocasiones parece tan difuso en la era digital, es una de las principales diferencias entre los sistemas europeos y americanos.
Estamos viendo en Estados Unidos cómo la guerra de las patentes se lleva al extremo en todos los mercados. Incluso se ha formado un negocio paralelo basado en defender ¿a nivel legal, e incluso en ocasiones de manera ridícula? los derechos de propiedad industrial. Sirva como ejemplo la batalla a la que estamos asistiendo en el mundo de la telefonía móvil entre Google y Samsung con su sistema operativo Android, y Apple con su iPhone. Este juego legal es el nirvana para los asesores externos y los departamentos jurídicos de estas compañías, que dedican ingentes recursos económicos para denunciar y amedrentar al rival con un nutrido ejército de abogados por medio de la posesión de miles de patentes, e incluso para impedir la comercialización de terminales en diversos territorios. Estamos viendo cómo el exceso de celo en la protección de estos derechos se ha convertido en un negocio especulativo en sí mismo, y cómo frena la innovación. De este modo, las empresas que pasan dificultades o cierran en los últimos años ¿como Kodak, Interdigital o Motorola? venden sus miles de patentes por cantidades millonarias, mientras que otras multinacionales con más liquidez ¿como Microsoft, Google, HTC, Intel o Apple? las adquieren para así poder amedrentar a la competencia o, simplemente, para defenderse de la cantidad de patentes que está acumulando un rival. En algunas ocasiones estas patentes se venden por miles y por cantidades de miles de millones de dólares, simplemente por acumular y poder atacar o defenderse. Si utilizáramos un símil futbolístico, detener la comercialización y desarrollo de nuevos productos por violaciones de miles de patentes ¿en ocasiones, surrealistas? sería como ganar en los despachos lo que no se gana en los terrenos de juego. No solo supone un límite a la libre competencia, sino que además es una manera de que unas pocas empresas se garanticen que nadie más pueda entrar en el desarrollo de los productos, y así perpetuarse. Debemos ser conscientes de que cualquier teléfono móvil que tengamos en nuestro bolsillo tiene, de media, unas 4.000 patentes registrables. En ocasiones cualquier función ridícula, parecida a cualquier otra, es registrada sin cesar. Sin embargo, las patentes en Europa y, en general, todo lo relativo al derecho de propiedad intelectual e industrial, está aún en pañales, con escasa regulación y ¿especialmente en el mundo digital? con poca atención e interés por el mismo por parte de los usuarios finales, muchos de los cuales se sienten intelectualmente arropados por algunos, de manera facilona, para justificar actitudes poco respetuosas con la propiedad de terceros, especialmente con los generadores de contenido. Decían en mi pueblo hace años que “ni tanto ni tan calvo”. Eso me hace pensar que tenemos que aspirar a unas normas que rijan la propiedad privada de forma similar en Europa y en Estados Unidos ¿”The world is flat”? Existe un término medio entre el exceso americano ¿que hace el juego a las grandes compañías que muestran mayor músculo financiero, limitando así la innovación? y la dejadez del “todo vale” que se practica en nuestra vieja Europa. Y en ese término medio, como decía el filósofo, radica la virtud.